Hay dos cosas ciertas en esta vida, una la dijo Descartes cuando enunció su "pienso, luego existo"; la otra, es que tarde o temprano todos nos iremos de aquí. Sin hacer mucho ruido, sin más opciones que morir.
El tiempo, ladrón y asesino impertérrito, no perdona a nadie: ricos, pobres, felices, ingratos. Todos pasan por su guillotina silenciosa.
¿Qué nos queda?
Nos queda toda una vida por delante.
Lo mismo toda esa vida dura un minuto. Pero, ¿si solo tuvieras ese minuto?
Puedes vivir, puedes sentir, un minuto puede ser una eternidad. ¿Quién no ha vivido besos que paran el tiempo? ¿Quién no ha llorado cuando parecía que no habría otra opción que el fracaso?
Al final, somos lo que sentimos, lo que nos emociona. Puedes llegar a tu último minuto para darte cuenta de cuánto podrías haber disfrutado y lamentarte, puedes morir en paz contigo y con los tuyos. Morir.
Mueres cuando dejas de vivir, no mueras en vida, el tiempo no necesita más cómplices.
Suena muy demagógico que le digas alguien que sea feliz cuando no tiene un mendrugo de pan que llevarse a la boca, o cuando la enfermedad y el dolor le consumen. ¿Y la soledad?
¿Dónde está entonces esa falsa libertad? ¿No tenemos siempre una opción?
Aunque ya no estéis ninguno aquí, hasta que me toque, yo viviré por vosotros y con vosotros.
Hasta que el olvido nos separe.
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